Promotores de una vida mejor

No podemos cambiar el mundo pero si podemos cambiar nosotros. Ese metro cuadrado debe ser sagrado, y, a pesar de haber factores externos impredecibles, en nosotros está la tarea de mantener esa ilusión en quienes aún no se permiten tomar como un regalo la actitud de que no importa que las cosas que uno no controla no anden bien, sino que avanzar en nuestro bien está en uno mismo.

Esta época alocada, acomplejada y llena de distracciones que estamos enfrentando, nos pone en alerta sobre cómo conectamos, cómo forjamos nuevos hábitos y cómo sumamos más rasgos positivos, así como también restamos los no tan buenos.

Estamos en una constante búsqueda por intentar sobrevivir dentro de este sistema que se asemeja más a una jungla donde sólo gana el más fuerte, donde nadie se puede detener mucho tiempo por miedo a “perder”.

Corremos por objetivos legítimos pero que a veces nos desvían y distraen de lo relevante, de lo sustancial, de eso por lo que realmente estamos en la tierra, que es sentir, vivir en el presente, compartir nuestra energía con el resto, conectar nuestros corazones desde la empatía, la amabilidad, que es lo que más escasea, lo que más pasamos por alto por el trajín diario que nos impide manifestarnos como quisiéramos, que nos pone una venda al estar demasiado “enfocados”. Y no. Lograr eso que nos proponemos con ambición no tiene nada de malo.

Tener esos logros personales, sentirnos exitosos, plenos, llegar a esa cima a como dé lugar sin muchas pistas de cómo se llega pero que de todas maneras queremos averiguar. El reconocimiento es la cúspide de las necesidades del ser humano, según la pirámide de Maslow. 

Ahora, lo que importa no es el qué sino el cómo obtenemos lo que queremos, porque al final del día ¿De qué serviría llegar solos a esa meta? ¿Disfrutar sin nadie más de esos logros? ¿Alguien quisiera eso? 

Quizás habrá alguno por ahí, pero la mayoría sabe que la felicidad está en llegar acompañados, poder abrazarnos, reírnos y compartir la alegría de haber logrado al menos una pequeña meta de vida.

La relevancia de ser y transmitir lo que somos Nuestro ejemplo es mucho más importante que nuestras palabras. Las acciones dicen mucho más que los discursos que tenemos. Somos en gran parte lo que hacemos y no realmente lo que decimos que somos. Aunque no nos olvidamos obviamente de que todos estamos improvisando, cada uno en su sitio. Somos humanos y todo se altera. Aparecen nuevos conceptos, nuevas ideas, y cuando la mente se abre a una nueva idea, jamás vuelve a su tamaño original, decía Einstein, lo que hace que siempre esté la oportunidad de insertar algo nuevo.

Siempre tenemos la posibilidad de ser promotores de una mejor vida y ayudar a quienes aún no ponen énfasis en cuidar de su bienestar dentro de tanta vorágine y alboroto. Hay una ley que plantea Pareto -y que cuya ley lleva su nombre-, que indica que el 20% de tus tareas y acciones generarán el 80% de los resultados. Es decir, no queremos convertirnos en máquinas perfectas y con una eficiencia del 100%. Ahí no está la gracia. Pero hay un 20% que uno tiene que priorizar y por lo menos ser consecuente con esa parte de nosotros, darle ese énfasis que merece nuestra salud y la fuerza necesaria para que se manifieste ese resultado y eso que queremos ver en nosotros. 

Entendiendo que somos un paréntesis en la vida de ustedes que vienen una hora a salir de la rutina, sentimos el compromiso de hacer que esta sea tu mejor hora del día porque durante esa hora, recordamos lo importante que es estar con nosotros mismos pero más aún con el resto, con los compañeros y con la comunidad. 

Es importante porque vivimos poco en comunidad. La sociedad está quebrada, dividida, apartada, poco interrelacionada. Este lugar de alguna manera es sagrado en el sentido de que aquí sí podemos darnos la oportunidad de ser nosotros, naturales, conversadores, buenos para el chiste, creativos, sinceros y volver a ser niños que solo quieren divertirse sin máscaras.

Sabemos que en el espacio en el que nos movemos la mayoría de las veces es por obligación y no precisamente por que hay un deseo de estar ahí. Pero ir al box es una decisión, aunque dura a ratos, pero es de mucha importancia asimilar que tu compromiso con el deporte y tu genuino interés por mejorar es para bien. Esa decisión voluntaria nos permite fluir mejor con esa seguridad de que estamos en un ambiente de seguridad amistoso donde los errores no son para apuntar sino para crecer. No hay exigencias externas, no hay obligaciones más que el moverse, no hay enfrentamientos ni malas energías, solo una vibra entusiasta que generamos todos para poder vivir esos instantes de alegría, quizás los únicos del día para muchos.

El deporte es nuestra mejor excusa para olvidar las preocupaciones. Ser Tal como somos. Sin disfraces. Abiertos a experimentar con todo lo que nos pase. Entregados al momento. El deporte saca esa ingenuidad. Extrae nuestra sencillez. Aparece lo lúdico, lo amistoso. Volvemos a jugar sin juicios ni tensión alguna. Nos envolvemos en un marco de placer y aprendemos a ser nosotros mediante el movimiento y la interacción natural.

Por lo mismo, al haber vivido todo esto tenemos una tarea social desde la vereda de quienes ya logramos un algún nivel más o menos relevante de compromiso aprendiendo a disfrutar del deporte, jugar y movernos sin culpa ni miedos: Y es compartirlo. Estos momentos son únicos y debemos transmitir con nuestros cercanos lo que es vivir la experiencia Acción.

Acá todos tenemos cierta responsabilidad de hacer llegar un mensaje, desde el cotidiano, desde el cariño, el aprecio, la amistad, la buena onda, el compartir una idea de vida que algunos ven lejana, pero que cualquiera puede tomar. Ya aprendimos bastantes lecciones. 


Estamos en un curso permanente aprendiendo que esto no es ser invencibles ni mucho menos, sino que es la sensación de que podemos hacer ese poco adicional que termina haciéndonos mejores personas, mejores seres humanos que aprendemos a sentir y a vivir en comunidad.



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