La autocompasión: El Workout más difícil de cada día

¿Te has preguntado alguna vez por qué seguimos empujándonos a ser "perfectos" incluso desde que aprendemos caminar? Desde niños, absorbemos expectativas y mandatos que moldean nuestra forma de vernos y tratarnos, pero ¿Qué sucede cuando esa presión interna se convierte en un combustible que agota?  ¿Qué pasa cuando nos alejamos de nuestras necesidades y emociones, y el “deber ser” se convierte en una pesada carga. El enfoque debería estar en encontrar una forma más saludable de relacionarte contigo mismo.

Por Franklin Zorrilla (Psicólogo Centro Ser y Hacer)


Durante nuestros primeros años de vida heredamos conductas de nuestros cuidadores. Mamá, papá, la tía del colegio, el tata y todas esas personas que percibimos muy grandes cuando somos niños/as. 

“Aprendemos a caminar en la medida que caemos, posterior a haber aprendido a levantarnos”. Un bonito refrán de esos motivacionales que vemos en Instagram estimulándonos de dopamina cuando somos adultos. Pero ¿Qué sucede cuando ya sabemos caminar, pero no sabemos cuando parar?...

"Tienes que comerte toda la comida", "tienes que estar bien", "tienes que hacer caso", "debes salir bien en el colegio y tienes que ser “lo mejor” para el ideal de nuestros cuidadores y la normativa social".

No cumplir con estas expectativas o ideales puede ser amenazante para ese niño/a, es la pérdida de la aprobación, de la imagen de “soy bueno”, la pérdida del afecto, o incluso la amenaza del castigo o la descalificación. 

Conforme a eso, nuestro sistema nervioso central va desarrollando conexiones a partir de tales experiencias. De ese modo, el cerebro graba cómo responder y, a nivel conductual, aprendemos también cómo actuar ante “el hacer”.

Hacer, hacer y... ¿hacer?

Entonces, crecemos siendo ese adulto hiper funcional, que hace, y hace y hace, busca buen desempeño en el trabajo, en las relaciones, en el deporte, “hacerlo bien” “hacerlo hasta terminarlo” “dar lo mejor de mí”, pero que le cuesta disfrutar de sus logros, y que reconoce con facilidad los “fallos”.  

Dejamos de ser conscientes de elementos importantes de quiénes somos, como de nuestras necesidades, emociones, límites y la coherencia que se va perdiendo entre lo que pensamos, sentimos y hacemos.

A partir de ahí, funcionamos para satisfacer necesidades y expectativas ajenas, y la lucha por cumplir con esas expectativas sobrepasando -o ignorando- lo que nos pasa concluye en “el lunes si voy con todo”.

¿Moverse por la autoexigencia?

El no alcanzar el ideal, o pausar su búsqueda, se convierte en la adultez en una relación intrapersonal despectiva.

Nos referimos hacia nosotros devaluándonos, invalidando nuestro sentir y la autoexigencia se convierte en un combustible cotidiano repercutiendo a medio y largo plazo en áreas de nuestra vida (social, pareja, familiar, salud física, alimentación, sueño, etc). Como también en nuestra salud mental. 

Es aquí donde cobra tanta importancia la autocompasión, esa capacidad de proporcionarnos atención y apoyo a nosotros/as mismos/as, sin juzgarnos, criticarnos ni sentirnos inferiores a los demás.

La investigación ha demostrado que sentimos calma, seguridad y valía si estamos en presencia de personas cálidas, cariñosas y protectoras y, a nivel evolutivo, son características de los cuidadores que fomentan el desarrollo cerebral, la maduración y el crecimiento. Estas características de amor, amabilidad, empatía y consuelo, podemos interiorizarlas y desplegarlas hacia nosotros/as mismos/as.

3 claves para aplicar la autocompasión

Para la Psicóloga Clínica Kristin Neff, en su libro Los 5 mitos de la Autocompasión, se explica que la autocompasión es la combinación de tres variables:

  1. La bondad hacia uno/a mismo/a: ser capaces de tratarnos con amabilidad y cariño, sin juzgarnos ni criticarnos. De esta forma, en lugar de frustrarnos y entrar en un bucle infinito de rumiación, soledad y aislamiento, podemos calmarnos y reflexionar sobre qué cosas podemos cambiar y cuáles no y hacer equipo con nosotros/as mismos/as para llevar a cabo los cambios, hábitos, y estrategias de afrontamiento que sean necesarios.

  2. La humanidad compartida: reconocer que el sufrimiento y la imperfección son inherentes a la vida nos permite aceptar que no siempre podemos conseguir todo lo que queremos y que, a veces, incluso, tendremos que lidiar con partes de nosotros/as mismos/as que no nos gusten. Pero, lejos de que “esto sólo me pasa a mí”, todos/as estamos atravesados/as por la realidad, en la que existen altos y bajos, virtudes y defectos, éxitos y fracasos.

  3. El mindfulness o la capacidad para estar en «el aquí y el ahora»: identificar y transitar todas las emociones, sin entrar en su negación o en su resolución inmediata. Es permitirnos y tolerar las emociones desagradables, antes de ponernos en “modo ejecutor”. Si no hacemos esto, el dolor encontrará otra forma de expresarse: en forma de síntomas somáticos, explosiones de ira y ansiedad o caídas del estado de ánimo cuando menos lo esperemos, entre otros.


Una pregunta clave de la autocompasión es «¿qué necesito ahora mismo?»

La autocompasión es lo contrario a magnificar los problemas y a quedar ensimismados/as en ellos. También, es lo opuesto a la negación de los conflictos, los errores y los fracasos. 

De hecho, es una habilidad que permite generar el coraje y la flexibilidad psicológica que necesitamos para enfrentar los desafíos de la vida, permitiendo llevar un ritmo de vida saludable, con mayor disfrute y más sostenible.

Si quieres saber más, contacta a nuestros colaboradores del Centro de Psicología Ser y Hacer al correo soyfranklinzorrilla@gmail.com


Fuentes Bibliográficas: 

  • Zorrilla, F. & Canga, J (2024). SER y HACER Centro de Salud Mental.

  • Alonso, M. (2015). Compassion in clinical practice: a conceptual and empirical review. Actas Españolas de Psiquiatría.

  • Neff, K. (2015). Los 5 mitos de la Autocompasión. Ensayo en psychotherapy networker.

el coraje y la flexibilidad psicológica que necesitamos para enfrentar los desafíos de la vida.


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