El deporte, una terapia para la vida

 Cuando se entrena, no sólo está involucrado el cuerpo, también aparece como actor principal nuestro espíritu, el cual está en permanente estímulo. En efecto, toda nuestra humanidad está participando de una actividad recreativa que le permite a nuestro cerebro entrar incluso a un estado de catarsis o meditación, donde desconectamos lo racional para pasar a crear auto-conciencia, abriendo paso al subconsciente y sus inexplorados caminos. 

Si nos vamos bien atrás, en la prehistoria el ser humano se movía más por supervivencia, desarrollando agilidad, velocidad y energía para conseguir alimento y subsistir. En Grecia surge la educación física con dos corrientes: La Escuela Espartana, vinculada a disciplinas militares, mientras que en Atenas se desarrolla la educación corporal como un elemento de formación del individuo, se promueve el culto a la belleza y lo sublime del movimiento humano. En la Palestra se practicaba educación corporal y Filosofía. Platón y Aristóteles ya exponían sobre la necesidad de un equilibrio entre el cuerpo y el alma. En Roma comienzan a desarrollar espectáculos de luchas como un panorama y un espectáculo público.

En la Edad Media se vive un proceso oscuro del saber humano, en el que se relega la actividad física, la que reaparece en el Renacimiento. Aquí se vuelve interesante ya que se asocia a lo filosófico. 

El cuerpo y la mente son elementos que están completamente vinculados; es decir, la educación física no está separada de nuestro desarrollo intelectual. Por lo mismo estas corrientes que indican el cuerpo debe quedar inerte porque la única manera de aprender es de una forma pasiva, sentados sin movimiento o viceversa, donde el desarrollo de fuerza y resistencia es lo único relevante son líneas de pensamiento que quedan obsoletas ya que carecen de sentido biológico. 

El vínculo inherente entre el cuerpo y el espíritu 

El cuerpo, como vemos, no es un mueble depósito de cerebros. El cuerpo no es un objeto inerte, ni insensible, ni queda indiferente de las cosas que ocurren en su entorno, de hecho al ser 80% agua, nuestro cuerpo absorbe fácilmente la energía que hay en el exterior y esto habla mucho de esta completa relación mente/cuerpo.

Desde la etapa educativa básica, la educación física ha sido un dolor de cabeza, un aburrimiento para gran parte de los alumnos. Y es que se nos acostumbró a aprender sin movimiento, que debiera ser parte importante en el arte de aprender para que los conocimientos sean adquiridos con más fluidez y eso hasta ahora, no está incluido en el estudio. No se nos permitió utilizar todos los sentidos corporales y emocionales que tenemos disponibles, quedándonos varados con algo de la vista y el oído. Un modelo instrumentalizado que hizo del estudio y el aprendizaje una actividad pasiva, desvinculando completamente el cuerpo de la mente. 

En el siglo XIX surgen corrientes de gimnasia que dieron lugar a métodos que hoy se utilizan como el gran recurso en las escuelas (test de naveta, test de cooper). Johann Gutsmuths lideró el esquema de educación física como medio para lograr la unificación del avance físico, un modelo de estandarización de la actividad física. Estos últimos métodos de la Educación Física, han carecido de enfoque y de sustancia en su implementación y de consideración respecto de los cuerpos y sus diversas condiciones. En ese sentido, la educación física escolar le ha hecho un gran daño al desarrollo humano integral. Se le relativizó y suprimió, considerándose como algo poco esencial.

El sistema educativo se encargó entonces, en gran parte, de minimizar nuestras capacidades debido a un estilo de traspasar conocimientos de manera simétrica, sin experimentar mucho, con pura teoría y sentados frente a una pizarra escuchando lo que nos hablaba el profe. Esto nos hizo desatender al cuerpo, y de hecho, llegamos a encontrar cansador, agobiante y poco atractivo el ejercicio y la práctica deportiva en nuestro paso por la escuela, porque justamente no entendíamos su valor intrínseco.

Los seres humanos siempre han ido experimentando, buscando estados emocionales diferentes que permitan abrir las compuertas hacia lo inexplorado. Los medios son muchos: productos, rituales, ceremonias, actividades en las que nos sometemos a una serie de sensaciones para salir en parte de nuestro estado consciente, accediendo a nuevas percepciones de la realidad, a nuevas contorsiones neuronales que van plasmando distintos tipos de relacionamiento personal y colectivo. 

El surgimiento del deporte como fenómeno de las sociedades modernas, pone en perspectiva la discusión de si acaso el deporte ejerce también como un tipo de práctica ceremonial, donde se puede ejercer una conexión más íntima con uno mismo, siendo la práctica deportiva un puente hacia el más allá, un punto de encuentro personal ya que sin duda, nuestras habilidades físicas nos permiten encaminarnos hacia la espiritualidad llenando de oxígeno el cerebro y pavimentando nuevos caminos del saber. 

El ser humano, en su búsqueda por encontrarse a sí mismo recurre a distintos eventos para poder comprenderse, ayudarse y crecer. En esta búsqueda muchos han encontrado ese lugar en el deporte, en la actividad física, pero no desde el punto de vista del capricho o vanidoso. El ejercicio es recomendado por especialistas porque activan una conjunto de glándulas y libera una serie de hormonas que permiten ir tejiendo una especie de limpieza interna, una reconfiguración de las células nerviosas que terminan por ayudarnos a nivel personal a pensar con más claridad, y a nivel colectivo a entender al otro con más empatía, a explicar con más facilidad los pensamientos, a verbalizar las ideas y conseguir un estado más pleno, más abundante, generoso y genuino.

El ejercicio físico empieza a transitar hacia lo espiritual porque para muchos es su momento de meditación, de desconexión y de incorporación al yo más profundo que aún no conocemos. Es, desde esa mirada, el deporte una forma de vida, una manera de avasallar los problemas, es la terapia diaria para muchos ya que llegamos a ese diálogo interno donde el silencio está presente. 

No podemos asimilar ni explicar todo lo que pasa por nuestra cabeza cuando hacemos un WOD. Independiente de su grado de dificultad, es un momento rico en vida, alto en felicidad, en donde activamos la función piloto automático de nuestro cuerpo, nos desconectamos de todo para finalmente, en algún momento, encontrarnos más con nosotros mismos y conectarnos mediante el movimiento con un estado más pleno, más lleno de energía y vida.

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