Hacer y hacer-se en el CrossFit

Cuando uno hace deporte, esto se va haciendo parte de uno. Entra a ser parte de las facetas de uno y es un poco nuestra carta de presentación que incluso a v veces se convierte en un buen tema para iniciar una conversación y esto porque, en ciertos casos, decir “yo hago CrossFit” explica muchos rasgos de vida; pone en evidencia nuestros intereses fuera del ámbito laboral y define nuestra particular forma de ver la vida.

Nuestra identidad se crea y define en parte por lo que más nos apasiona y nos exhibimos desde donde más plenos nos sentimos. Muchos se definen desde su profesión, o desde su trabajo porque ahí vivieron los sucesos individuales más importantes. Mientras que otros se definen desde sus pasatiempos y/o talentos agregados.


Cuando uno comienza a practicar frecuentemente un deporte y se envuelve en él, se empieza a sentir parte de esa práctica y a veces casi de manera casi utópica. No por nada los deportistas, pese a que compiten solo un par de horas a la semana, se sienten identificados con ese deporte: “Soy futbolista, soy tenista, etc”. Y, pese a que eso es solo una parte de su vida, construyen su imaginario, su existencia, desde la perspectiva de ese deporte.

Y es parte de lo que caracteriza al ser humano necesitar explicar quienes somos, generar una identidad, un color, una forma ante el universo. A todos nos gusta definirnos desde aquello que resalta del común denominador, o de lo que realizamos con más gusto, o desde lo que nos motiva o entretiene. Cuando el Crossfit se va interiorizando en uno, comienza de a poco a marcar nuestra semana y luego a generar los momentos más entretenidos, desafiantes y complejos, empezamos a valorar diferente la disciplina; empezamos a darle otro peso en el cotidiano… a mirarlo con otros ojos.

El crossfit tiene un color particular, una forma y figura determinada, goza de textura propia, expele un aroma único, ha logrado hacerse de un sitio en el mundo pese al amplio espectro de deportes que hay. Se ha vuelto fácil de identificar. Y lograr eso con un sistema de entrenamiento no es un logro propio de los movimientos o las técnicas, sino lo que se va creando en torno a la disciplina.

Al entrenar, a la larga, se va creando un nuevo esquema de vida activo, convirtiendo el entrenamiento corporal en una carrera constante de renovación del cuerpo y también de la identidad personal. Se constituye a partir del entrenamiento en el box, un nuevo “yo” que repercute en las demás esferas de la vida a través de horarios, dietas acorde a la posibilidad de sentirse mejor y entrenar mejor, lo que desemboca en un nuevo sistema de comunicación y socialización.

Tomando de la mano ese esfuerzo y energía que se entrega en el box también vamos de a poco extrapolando estas características a nuestro cotidiano, rescatando esa disciplina, esa actitud que nos pide el crossfit ante la vida, apropiándose de estos valores de bien que se emplean como una manera de ver las cosas, tomando el esfuerzo como una postura definitiva ante las adversidades, va primando la alegría, el orgullo, la determinación, la seguridad y la valentía que va fraguando ese carácter que termina por arraigarse en el tiempo.

Los que asisten al box son personas que estudian y/o trabajan y que sacan de su tiempo para ingresar y participar de una comunidad ya sea para salud, competencias varias, fines estéticos o distracción. Y por lo mismo, es una linda sensación ver cómo quienes conforman el box configuran esa segunda familia fuera del hogar, debido a que confluyen intereses en común y se crea un sentido de pertenencia por los colores y la actividad en comunidad. 

Con la continua participación en el box se van conociendo las caras, se comparten anécdotas, hazañas, dificultades personales. Surge la contención, aparece la celebración, los abrazos, el apañe genuino, un compañerismo natural y una cercanía extradeportiva que llena a este proyecto. 

El involucramiento de la comunidad en el crossfit va reivindicando este deporte ya no solo como una práctica deportiva sino también como una forma de vida en la que se configura una nueva concepción de vida personal. La performance no es solo corporal sino también se va cimentando el constructo de una nueva identidad social que trasciende las paredes del box para formar parte de las características de la vida de sus practicantes.

Nos vemos como un grupo en el que sus integrantes ya no solo se definen como practicantes de crossfit sino que cada quien pone énfasis en su pertenencia a la comunidad, que está bien hacer el WOD, pero que esto no define plenamente el crossfit, sino que es simplemente la excusa y la manera de estar en una colectividad confiable, cómoda y dispuesta a moverse e incentivar al otro a hacerlo.

Este deporte no lo hacen los implementos, ni los movimientos, ni la serie de ejercicios. Esta práctica la hace notoria el grupo, la unión de energías, la concentración de motivación, la espontaneidad de los que están en el WOD dando su vida. 

Más que una aptitud física suprema -cuestión que quien quiera lo puede conseguir- es más bien un escenario hecho para el compromiso con el auto mejoramiento y superación de la presente condición física pero también con un enfoque importante en pulir la identidad personal.

Aquí tratamos de coordinar cuerpo, autoconciencia y colectividad. Todo al mismo tiempo. Por eso tiene ese imán que hace que muchos permanezcan por más tiempo en la práctica en la actividad deportiva y no abandonen a medio camino la meta de cambiar el estilo de vida.

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